La actual política exterior mexicana, se ha caracterizado por la falta de una estrategia clara y consistente en relación con otros países y organizaciones internacionales. Ha optado, en lugar de una política exterior coherente y activa, por un enfoque reactivo a los acontecimientos internacionales, lo que ha generado incertidumbre en sus relaciones internacionales y ha debilitado su posición en el escenario regional y mundial.
Otro problema es la falta de una agenda clara en materia de derechos humanos, lo que ha llevado a críticas de la comunidad internacional. Por un lado, se señala su pasividad ante las crisis humanitarias y graves violaciones a los derechos humanos en países con los que el gobierno mexicano tiene una afinidad ideológica, como Cuba, Nicaragua o Venezuela. Por otro, se han denunciado violaciones a los derechos de los migrantes, la violencia y la impunidad en el país.
Asimismo, la política exterior mexicana no ha sido lo suficientemente proactiva en la promoción de la integración regional y la defensa de los intereses de la región, lo que ha conducido a una perdida de liderazgo.
Finalmente, el uso de embajadas y otros cargos en el servicio exterior con fines políticos, y la colocación de perfiles con poca o nula experiencia, han generado una erosión del servicio profesional de carrera, lo que a su vez conlleva una precarización de la presencia de México en el mundo.