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Es apremiante considerar que, ante las nuevas interacciones virtuales de la diplomacia digital, se deben considerar regulaciones jurídicas a nivel internacional.

El Metaverso es el espacio de la realidad virtual en que los usuarios interactúan en un entorno digital a través de la creación de un ávatar.

La convergencia entre la realidad virtual, la aumentada y la física se da en un espacio compartido donde hay grandes retos y a la vez, oportunidades para los gobiernos para acercase a usuarios virtuales. Sin embargo, ¿será que estemos entrando a una nueva era donde la apuesta deba ser hablar de la diplomacia del Metaverso?

En el preámbulo del momento COVID ya se estaba gestando el fenómeno trasnacional de la emergencia de una transición en las relaciones económicas entre los sujetos activos y las modalidades de contratación laboral en el ámbito local, nacional e internacional. De acuerdo con Castells, en este nuevo contexto (2009, p. 154) los individuos están reconstruyendo el modelo de interacción social con la ayuda de las nuevas posibilidades tecnológicas para crear un nuevo modelo de sociedad: la sociedad red. Saskia Sassen, ya señalaba en su texto la Ciudad Global, que la era digital transformaría no solo el ámbito laboral, sino todas las relaciones sociales y la forma en que los sujetos empezarían a ser impactados por dicha emergencia; además de las mutaciones en el ámbito de los sistemas sociales.

En este trabajo ubicaremos a los nómadas digitales en un espacio liminal, actores en lugares de transición. Es decir, dicho espacio en el ámbito de las relaciones internacionales lo ubicamos como decía Joseph Nye, en el contexto interméstico donde se cruza lo internacional y lo nacional. Entender la liminidad en nuestro tema es aceptar la emergencia de nuevos actores con valores e intereses; así como derechos. Esto es, romper un esquema rígido en las ciencias sociales para lograr una comprensión del objeto en estudio. Así, un nómada digital es un individuo que aprovecha la tecnología para trabajar de forma completamente remota desde cualquier parte del mundo.

Es difícil imaginarnos un mundo sin internet. El rápido incremento de dispositivos que lo utilizan precisó hacer mejoras en su versión inalámbrica y a tener una mínima demora en la recepción y transmisión de datos. A partir de estas necesidades surgieron nuevas generaciones de redes móviles hasta llegar a la 5G. Más que una mejora de lo ya existente, la 5G implica un cambio profundo en la conectividad y la generación de nuevas tecnologías para su funcionamiento. Las compañías chinas de telecomunicaciones Huawei y ZTE han avasallado el mercado, incomodando a Estados Unidos, acostumbrado a ser tecnológicamente dominante. La respuesta de Washington fue bloquear las ventas de estas empresas, acusándolas de espiar para Beijing. Para sortear este veto que se extendió a los aliados estadounidenses, China apostó llevar su 5G a regiones en desarrollo; África es un ejemplo. Propiciar este desacoplamiento tecnológico, permite al Estado en cuestión consolidar su poder geodigital que implica participar en la estandarización internacional, desplegar esa tecnología a nivel nacional con sus propias patentes y diseminarla a otros países. Esta supremacía digital trasciende lo comercial y permite al país imponer sus intereses geopolíticos, económicos, sociales o incluso culturales. Este nuevo contrapeso en la balanza internacional marca a China como una segunda superpotencia tecnológica y aminora el poder geodigital que monopolizó por décadas Estados Unidos.